Se suele coger un cariño especial a la almohada, se crea una estrecha relación entre nosotros y el almohadón al que incluso llegamos a abrazar por las noches. ¿Conocéis a alguien que hasta viaja con su vieja almohada porque sino no pueden dormir?, son situaciones totalmente habituales.
Sin embargo, la elección de una almohada es totalmente personal y subjetivo por eso lo mejor cuando se duerme acompañado es que cada uno tenga su almohada. Lo cierto es que la almohada es una de las piezas clave para el descanso y hay que probarla antes de comprarla.
Cuando hablamos de descanso pensamos inconscientemente en los dolores que se producen en la zona lumbar, no obstante, es la zona corporal la que sufre más por el ejercicio diario. Por eso dormir con el cuello bien posicionado ayuda a descansar, de hecho, la almohada ayuda a una correcta alineación de la columna vertebral.
Para elegir la almohada correcta debemos saber primero cómo dormimos, es decir cuál es nuestra postura. Normalmente la postura que adapta el cuerpo para descansar profundamente suele coincide con aquella que tomamos nada más meternos en la cama. A esta postura la llamamos postura de referencia.
Un indicador de calidad del equipo de descanso es el número de vueltas que se da en una noche, cuantas más vueltas peor es el descanso. Esto se produce de manera natural cuando el cuerpo detecta que se ejerce una presión continuada sobre una parte del cuerpo, al dar vueltas se reparte esa presión.
La mejor postura es la fetal y la peor de todas es la de dormir hacia abajo porque dificulta la respiración y se fuerza el cuello. Por tanto, la almohada debería cambiarse cada 2 año, un aspecto que nadie sabe. Esto es así, en principio por higiene aunque el consumidor tampoco sabe que hay una almohada para cada edad, no es lo mismo un adulto que un niño.